jueves, 16 de junio de 2011

Salvanieves De Barilo y Cartoberto De Recolandia

SALVANIEVES DE BARILO Y CARTOBERTO DE RECOLANDIA

Había una vez, en las profundidades de la tranquilidad de Bariloche, una chica llamada Silvina Rebeca P. Ella no vivía la vida con total realidad, ni siquiera estaba del todo bien mentalmente; divagaba y estaba totalmente obsesionada con la nieve y tranquilidad de la montaña y sus paisajes de paraíso invernal. Cada mañana, lo primero que ella hacía al despertar era tomar un baño frío y desayunar un chocolate caliente con galletas horneadas por su mamá. Sil ya había terminado el secundario y lo único que hacía era ir a las 8 de la mañana al Cerro Catedral para disfrutar de la mañana y, desde el medio día hasta el anochecer, practicaba snowboard. De tantas caídas fuertes que tuvo en su vida, fue perdiendo poco a poco la cordura. La verdad es que ella estaba totalmente ¡loca! Y se alteraba muy rápido por cualquier cosa. Creía que tenía un ejército de guerreros snowboards que le obedecían solamente a ella para poder proteger al mundo y su medio ambiente. Y en realidad estos guerreros eran niñitos de muchos países diferentes que iban a Bariloche a divertirse y hacer snowboard. Ella les contó sus ideas de cómo proteger y salvar al planeta del infierno que traería el seguir ensuciándolo y ellos se divertían y le seguían el juego. Un día, al volver a su casa, su mamá la llamó al comedor y le dijo que tenía algo muy importante que decirle. Sil estaba atenta, pero con miedo de no saber con qué se iba a encontrar. Su mama le dijo que su trabajo de hotelería la enviaba a Buenos Aires para que cubriera a una persona allá.
(Acá te pongo diálogo porque así se entiende mejor)
- ¿Qué tengo que ver yo en eso? –le contestó Sil.
-¡Apenas tenés cumplidos los 18! No puedo dejarte sola –le respondió su mamá.
A Sil le encantaba estar sola; se encontraba con ella misma, escribía y escribía todo lo que no se animaba a declarar al mundo e inventaba sus personajes, así que quedarse sola no le sería un problema. Pero su mamá insistía y Sil, al darse cuenta que su mamá iba a estar sola en una ciudad que no conocía y como le tenía tanto cariño, decidió ir y no contradecirla. Con todo el dolor de su alma, hizo una caminata por todo el cerro y se despidió de sus guerreros snowboards. Ellos le regalaron un collar de perlas negras, donde cada perlita representaba a un fiel guerrero. A pesar de que Sil estaba loca, para los niños era una gran compañía. Ellos no la veían como loca, sino como una superhéroe infantil.
En la central de buses, Sil y su mamá cruzaron la puerta del bus Vía Bariloche con destino a Buenos Aires. Sil sabia que al pasar esa puerta ya nada sería igual, pero lo que no se esperaba es que no sólo nada sería igual ni se compararía a las aventuras que había pasado en Barilo, sino que sería aún mejor que allí porque… adónde iba, la esperaba una ciudad con mucha necesidad de una loca más, pero una loca que pensara en el bien y no en el mal.
Al cuarto día de su llegada, decidió salir a recorrer la tan famosa ciudad porteña y quedó totalmente enojada: veía basura por todos lados y decía que si seguían así el rio se iba a llenar de basura e iban a llover desechos tóxicos, convirtiéndolos a todos en monstruos que escupirían baba contaminante. Cuando vio tantos edificios, ella pensó que eran camiones de guerra; se sentía rodeada y necesitaba buscar un ejército para poder destruirlos. Entonces, fue a sentarse a una plaza con su skate –reemplazante del snowboard- y se encontró con un cartonero que usaba como ropa bolsas de residuo negras y estaba medio pirado. No era nada apuesto, tenía sólo tres dientes arriba y dos abajo, y su cutis ni siquiera era liso: estaba lleno de granos y parecía que iban a explotar en ese mismo instante. Pero ¡no! Siguieron ahí por años. Como no tenía un lugar donde bañarse, su pelo estaba todo pegado en su cabeza y su físico no era nada agradable, sino que era totalmente rollizo. Tenía rollos por doquier, hasta en sus manos, pero Sil lo vio y se enamoró y a él le pasó lo mismo.
- ¿Querés ayudarme a defender el mundo de la crueldad de los monstruos gigantes contaminantes y de los que escupen baba? -le preguntó ella.
-Sí. Y tengo un camión a prueba de balas y anti baba –le respondió él, refiriéndose a su magnífico carrito en el que transportaba cartón.
Y emprendieron el viaje para proteger a la ciudad, pero antes de hacerlo necesitaban que la nombraran protectora de caballeras y Roberto -el nombre del loquito- sabía dónde podrían nombrarla. Los dos fueron a la plaza a hablar con una estatua que, según ellos cobraba vida, y, con un manzanazo en la cabeza, la nombró protectora de la ciudad, bautizándola con el nombre de Salvanieves de Barilo y a él lo nombró Cartoberto de Recolandia. Recorrieron toda la ciudad luchando con estos monstruos –los edificios. Ellos los escupían y los valientes luchadores le tiraban súper cartón absorbente contra baba apestosa y bañaron los barrios de talco perfumoso para impedir que hubiera mal olor. La idea del talco fue de Salvanieve de Barilo, ya que le recordaba a la nieve de su ciudad natal. Cada vez que destruían a un monstruo, se ponían a bailar y cantar. Un día cuando estaban almorzando hamburguesas de un carrito espacial (según ellos), se olvidaron del cartomóvil y se destruyó (¿cómo?). Lo único que les quedó fue el skate de Salvanieves y, aún así, junto a Cartoberto de Recolandia siguieron luchando y fueron juntos en la patineta impulsada por una escoba que les proporcionaba más rapidez. Ellos estaban salvando el planeta, pero no se daban cuenta de que con tantos cartones y talco estaban ensuciando más la ciudad. Además tuvieron peleas con los que recogían la basura, ya que los dos caballeros creían que eran un clan enemigo que tenían escondidos en las bolsas de residuos animales de la naturaleza. Entonces, Cartoberto y Salvanieve les destruían las bolsas de residuos porque querían dejar libres a los inocentes.
Un día, enterado de todo esto, Macrigote el jefe de gobierno de buenos aires tuvo que tomar medida de esta situación ya que le informaron los porteños por medio de una carta acerca de todo lo sucedido con salvanieves y cartoberto, viendo que ellos estaban más locos que él, decidió tratarlos con respeto y enviarlos a la costanera sur en una hermosa casa alejada donde tenían metros y metros para correr y hacer lo que quisieran. Más allá de los arboles de la reserva ecológica, había cercas para que ellos vivieran en paz sin molestar a otros.
De todas maneras, seguían sus aventuras ahí dentro, por eso decidieron ponerles cámaras para que entretuvieran a la gente. Y cartoncito doblado esta basura se ha terminado. ()
Nota: Queremos agradecer a todos los talcos Veritas que perfumaron la ciudad en la constante lucha de Salvanieves de Barilo y Cartoberto de Recolandia.

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